Desde siempre supe que el encuentro estaría plagado de lágrimas, pero te confundí con tu amigo. Por eso es sabio acordar más de una señal. Así pude reconocerte, hombre de los mil rostros y un millón de nombres… por tu mirada...
Me agarraba de los bordes de mi cama para evitar caer en esa rueda que giraba tan velozmente. Me era difícil respirar, estaba inmóvil, no me podía mover. Un sudor frío recorría mi piel. Creía que iba a morir.
Su voz llegó hasta mi en medio de la noche, junto a su imagen resplandeciente, ígnea. Su palabras no tuvieron que ver con la continuidad, sino con la esperanza: advertencia de que está por llegar lo tan anhelado…