... ¿Te digo la verdad?
¿Te digo la verdad? O ¿Te hago el verso[1]?
El verso sería que yo necesitaba nuevos horizontes, aires frescos.…
La verdad, no se la he dicho a nadie en todos estos años. Pero he decidido contártela esta noche.
La verdad tiene que ver con lo que descubres en tu alma cuando te enamoras, con las fuerzas que sacas ve tú a saber de dónde, cuando esa plácida luz tormentosa llega a tu vida y se convierte en esa fuerza que te permite enfrentarte a retos impensables, logros nunca soñados. El impulso que te lleva a lo irrealizable.
Fue en el viaje de egresadas de secundaria. Nuestro último descanso antes de comenzar la universidad. Como estaba de moda por esos días, decidimos “regalarnos” una semana de vacaciones en Bariloche.
Éramos veinticinco… no sabría exactamente qué, si jóvenes o mujeres. Pero al pensarlo mejor, prefiero decir “niñas” de 17 años, egresadas de un colegio de monjas que, por esos tiempos, eran sólo de niñas o niños, nunca nos mezclaban. Estábamos solas por primera vez en nuestras vidas: parecíamos potrillos desenfrenados.Y, para que nuestros padres tuvieran confianza de que estaríamos bien cuidadas, nos acompañaban dos profesoras ... que no se despegaron de nosotras durante toda la semana ... ¡acompañándonos a conocer todas las discotecas del lugar!
Dentro de ese grupo grande de niñas, había uno más compacto, pequeño, de seis que, más que amigas, éramos como una sola. Y todavía seguimos siéndolo hoy en día, a pesar de los 25 años que han pasado y también a que dos de nosotras ya no vivimos en ese lejano país. En nuestro viaje, estábamos siempre juntas: para el desayuno, la comida, las excursiones, las nevadas, nuestros primeros pininos en los deportes invernales (como la primera vez que nos deslizamos todas juntas montaña abajo, en resbaladillas para nieve).También salimos cada una de las noches … ¡siempre juntas, claro!. Creo que no dormimos más de dos horas cada día. Pero no sentíamos el cansancio. Me decía que sería por el clima (nevaba casi continuamente y llegamos a tener temperaturas de hasta 15 grados bajo cero). Nos divertimos mucho aunque, en realidad, no pasó nada (nunca pasaba nada en aquella época).
La última noche me sentía realmente cansada. Creo que había llevado a mi cuerpo hasta su límite. Y contemplé la idea de quedarme a dormir en el hotel. Pero mis amigas me convencieron de que podría dormir en el largo viaje de regreso (dos días de autobús). Así que, ni lerda ni perezosa, me bañé y vestí rápidamente. Y salimos al gélido aire de la noche.
Después de 10 minutos de pleno aburrimiento en el bar donde nos encontrábamos, realmente me arrepentí de mi decisión. ¡El tedio era insoportable!
Probablemente, sólo como preludio a la noche más maravillosa de mi vida. Bien dicen que ¡la noche nunca es tan oscura como justo antes del amanecer!
Recuerdo que mis amigas estaban sentadas alrededor del fuego de la chimenea, tomando chocolate caliente y hablando como loros. Liz y yo estábamos en la barra, café de por medio, charlando (o, al menos, haciendo como que, para sacarnos de encima a dos pesados sentados en una mesa cercana, que nos acechaban como tiburones listos a hacerse de su presa).
De pronto, alguien me tomó firmemente del brazo, mientras susurraba a mi oído —Vine a buscarte. ¡Vámonos! Conozco un lugar mucho más divertido—
A veces, el amor llega acompañado de un sobresalto inesperado, aquello que golpea tu alma para ponerte en alerta y que puedas darte cuenta de que ya llegó a tu vida. La sacudida que permite hacerte despertar a la VIDA con mayúsculas, a la emoción, a la pasión.Quedé paralizada.
De pronto, ante mis ojos, desapareció el mundo que me rodeaba. Sólo estaba él, como ser de luz, enlazándome a través de su brazo, parecía procurar rescatarme de un mundo gris, repleto de tinieblas. Se veía brillante, gozoso, vivo. Sus palabras, su actitud, su intangible firmeza, su intención. Todo él emanaba poder.
Para cuando terminó de decir la frase, ya estábamos en la calle, caminando a toda prisa por la ciudad de Bariloche, evitando que el frío de la noche nos convirtiera en paletas heladas. Con alivio, noté que Liz caminaba a mi lado, junto a alguien más que también la tomaba del brazo. De seguro, amigo de quien estaba a mi lado.
No atiné a decir nada. Sólo a escuchar la deliciosa voz de ese hombre, que no cesaba de hablar (¡ni yo quería que lo hiciera!). Como hipnotizada oía sus palabras sobre el frío que hacía aquella noche, la nevada de la tarde, el accidente del teleférico que se cayó en el Cerro Catedral ... y lo que fuera que se le ocurría. Me llevaba abrazada a su lado.
Llegamos a una cafetería, con las paredes recubiertas en madera y una gran chimenea que, junto con la música suave nos proporcionaba un ambiente cálido, en el que nos sentíamos como arrullados.Tomamos chocolate caliente, conversamos los cuatro muy divertidos y, cuando el lugar comenzó a cerrar, decidimos buscar algún otro en el que nos sintiéramos igual de cómodos.
Pero después de recorrer dos o tres lugares más, nos dimos por vencidos y entendimos que no necesitábamos un espacio protegido del viento para sentirnos cómodos. Todo lo que necesitábamos eran nuestros brazos: unirlos y mantenernos enlazados.
Yo no sentía el aire que nos golpeaba, tan acurrucada estaba en su pecho. Tan extasiada con su dulce voz. Tan entretenida con las cosas que hablaba ... ¡me extasiaba!
Mi fascinación por este hombre era tal, que temía que creyera que era muda. Me habló de sus sueños. Que el ser entrenador de ski le gustaba, pero lo consideraba algo temporal, un primer escalón en lograr lo que realmente quería: dar a conocer lo que bullía en su interior.Hacer sabido cómo vivir mejor, cómo poder ayudar a los demás, cómo mejorar la calidad de vida, cómo proteger a la naturaleza y sus recursos, cómo obtener un mejor futuro, para nosotros y los que vendrían.Pero ¿cómo dar a conocer lo que realmente estaba sucediendo en el planeta? ¿Cómo hacerlo sin causar desasosiego y desesperanza? ¿Cómo hacerlo para obtener lo que verdaderamente quería: que se hiciera algo al respecto?
Esta situación lo había sumido frecuentemente en la depresión, debido principalmente a la falta de un planteamiento sistemático que le llevara a obtener los logros propuestos.Así las cosas, se encontraba frecuentemente oscilando entre dos extremos: ¡Podemos hacerlo! – ¡No hay nada que hacer! Y parecía que esta dicotomía lo consumía día a día.Me planteó sus dudas existenciales: … ¿De dónde venimos? … ¿Hacia dónde vamos? … ¿Tiene nuestra vida un propósito definido?
¿Cómo demonios iba yo a saberlo???? Apenas si podía vislumbrar las preguntas!!!!
Y luego me habló de la VERDAD, esa verdad única y universal, que había perseguido locamente durante su vida, esa breve vida que se estiraba entre sus manos, al máximo de su elasticidad. Esa verdad que era siempre la misma, adornada de diversas palabras. Y había tomado la verdad por bandera.Parecía una víctima atrapada en este tormentoso océano de la vida ...
Y esa conversación me marcó para toda la vida.De pronto, se detuvo en seco, me abrazó mucho más fuertemente y me dio el beso más largo y hermoso de mi vida.Después me miró, sosteniendo mi cabeza a unos pocos centímetros de la de él. Sonreía y seguía esa chispa en sus ojos, ¡que le hacía emanar tanta vida!No sabría a qué atenerse Él debía tener unos 25 años. Yo acababa de cumplir 17 ... de seguro, estaba estudiando mi reacción.Y su sonrisa … ¡se debería a que no había recibido un golpe en la cara como respuesta!
Así que continuó con su tarea de entregar sus deliciosos besos ... ¡tan cálidos! ... ¡tan suaves! ... ¡sus caricias tan exquisitas!¿Cuánto tiempo pasamos besándonos, abrazados, hablando de nada, simplemente disfrutando el estar juntos? Esos momentos se me hicieron eternos. ¡No quería que terminaran jamás!
El tiempo transcurrido ... minutos ... horas ... pero poco a poco fuimos viendo cómo el cielo de la fría noche iba adquiriendo un rojizo deslavado, anunciando el amanecer. Y con él, el fin del encantamiento.Cuando los primero rayos del sol nos deslumbraron … ¡yo temía que se rompiera el hechizo!
Y, de alguna manera, así fue. El hechizo de amor en sí, me acompañó buena parte de mi vida. Pero él ya se estaba apartando de mí para irse.Nos despedimos con un beso infinitamente más largo y tierno que el primero ¡y yo que creía que eso era imposible!
Se alejó ... pero regresó sobre sus pasos y, esbozando su dulce sonrisa, me dijo —¿Cómo te llamas?— Atónita respondí —Bianca— —Soy Alejandro. ¡Me encantó conocerte!— dijo él, me guiñó un ojo, movió su mano diciendo adiós y desapareció.
Fue entonces que comencé a sentir una especie de zozobra, que rápidamente se convirtió en angustia, ¡al darme cuenta de que Liz ya no estaba a mi lado desde hacía mucho tiempo!¡No podía regresar al hotel sin ella! ¿Cómo explicaría que la había perdido en medio de la noche?
Y de pronto, apareció el rostro dulce, sonriente, de Alejandro, asomándose en la esquina, con ese brillo inigualable en su mirada, mientras Liz se dirigía hacia mí, radiante, con unas ojeras hasta el piso, exclamando —¡Qué noche, nena!—
Después de aguantar el sermón de las profesoras por habernos separado del grupo y el discurso de nuestras cuatro amigas, quejándose de que hasta habían tenido que empacar nuestras cosas (aunque Liz y yo sabíamos que realmente estaban molestas porque no habíamos compartido con ellas nuestra “maravillosa noche”; y sólo bastaba ver nuestras caras para darse cuenta de que ¡algo prodigioso había sucedido!), subimos al ómnibus que nos trasladaría de regreso a casa y que ya llevaba más de una hora esperándonos.
La primera parte del viaje permanecimos en silencio, adormiladas. ¡Era evidente que todas estábamos extenuadas! Yo aproveché este insólito impasse para pensar en él, en su voz, sus destellantes ojos, en cómo haría para no olvidar su cara, su físico, sus modos. Era consciente de que no volvería a verlo jamás … ¡pero no quería olvidarlo!
Para cuando despertamos de nuestro letargo, nos rodearon las cuatro amigas para que habláramos ¡por favor! En silencio observé cómo Liz se hizo cargo de la conversación, yo no era capaz de pronunciar palabra. Mi mente seguía impregnada con los recuerdos de Alejandro. Todavía seguía conmocionada por el hecho de que yo pudiera pensar con tal intensidad en otro hombre que no fuera Mauricio. ¡Y me asusté!
Mientras Liz seguía hablando animadamente, yo tomé una decisión: me quité el anillo de compromiso, guardándolo en el bolsillo de mi pantalón. Por supuesto, eso no pasó inadvertido para ella, ¡que me miraba con horror! En cuanto le fue posible, disimuladamente, me condujo a dos asientos solitarios en el autobús. Debía convencerme de que regresara con Mauricio y … ¡no le contara nada sobre nuestra aventura!
Pero la supuesta solución, no duró mucho tiempo. ¿Cómo ocultar la inmensa felicidad que me embargaba? ¿Cómo explicarle a Mauricio mi cambio radical? Así que, dos meses después, ya le había dicho adiós. Con el verso que, desde mi punto de vista ... era la verdad!
Liz se casó al año siguiente, con el mismo novio que tenía desde hacía un par de años. Parece que su aventura no la afectó en desarrollar una hermosa familia, ya que sigue casada todavía.
Y hoy temprano, me golpeó esa consciencia de por qué no lo había olvidado. De hecho, lo recuerdo con tu rostro, tu voz, tus modos. Y, de pronto, tú no eres tú, ni él es tú. De pronto me doy cuenta de que, toda vez que me he enamorado, no lo he hecho de la persona específicamente. Sino de un ideal que llevo conmigo.
Y eso responde a la pregunta de ¿Cómo es posible que te hayas enamorado 6 veces (7 contigo) en la vida? También a la que siempre te hago: ¿Cómo es posible que nunca te hayas enamorado?
Y contesta igualmente al interrogante de por qué no te reconocí de inmediato. ¿Cómo hacerlo? Tus ojos no son los mismos, tampoco tus labios. Mas sin embargo, de pronto supe que eras tú. Sigues siendo tú interiormente.
PD para Alejandro: Si este escrito llega a tus manos, alguna vez estuviste en Bariloche, trabajando como instructor de ski, saliendo de juerga continuamente y vagamente recuerdas a una tímida jovencita que jugueteaba con su lengua en el lóbulo de tu oreja, quiero decirte: ¡Gracias!! El amor que infundiste en mí esa maravillosa noche me acompañó por muchos años. Y me empujó a que me enfrentara a gran cantidad de imposibles y obtuviera logros excepcionales ... Cierto es que infructuosamente siempre ansié que tu rostro apareciera, asomándose por alguna esquina, con ese brillo inigualable en tu mirada, como aquella mañana.[1] Verso: Río de la Plata: Mentira. Hacerle el verso a uno: Río de la Plata: Inventar una historia, salir con una excusa. Definiciones del Diccionario de Regionalismos de la Lengua Española, Copyright 2001©, Grosschmid
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