jueves, noviembre 24

¡Hagamos algo!


Esa eterna manía que tenemos de clasificar ideas, pensamientos, acciones, sentimientos. Muy prolijamente los guardamos en compartimentos mentales, debidamente etiquetados. Y ahí los mantenemos, como en contenedores a prueba de contaminación: que no se mezclen, que no salgan a la luz más que para hacer gala de nuestra inteligencia.

Y probablemente, si te pidiera que me dijeras la definición de inteligencia, no me darías la correcta, la funcional, la que nos sive, que es: ¡la capacidad de plantear y resolver problemas relacionados con la supervivencia!

Y no una supervivencia teórica, aquella que alguna vez alcanzaremos cuando a alguien se le ocurra desarrollar un nuevo scrtsm y le den un Premio Nobel por ello. Sino una vida que realicemos codo a codo, trabajando juntos, utilizando esos datos que nos han enseñado a guardar tan cuidadosamente.

Un dato es valioso en la medida que puedas aplicarlo. ¡Arremángate y ponte a trabajar! Mézclalos, fabrica la masa y elabora con ella la base de tu vida. Predica con el ejemplo. Demuestra que el privilegio con el que cuentas, ese don divino que te permite pensar … ¡puede servir de algo!

Mira a tu alrededor. ¿Cuál ha sido la utilidad de las ideas de los filósofos en sus torres de marfil? Ellos ya se ocuparon de clasificar cuidadosamente todo pedazo de conocimiento. Y hasta les dieron algunos nombres muy difíciles de pronunciar. Pero … ¿de qué ha servido?

Vuelve a mirar a tu alrededor. Encontrarás muchas cosas que sí han valido la pena. Han sido el resultado del trabajo individual de unos pocos. ¡Y no con la finalidad de hacerse famosos, ganar dinero y poder o pasar a la historia como “el gran xx”! Sino porque sabían que el trabajo debía ser hecho, por alguien que tuviera el valor de llevarlo a cabo. Sabían que el peso del mundo recae sobre las espaldas de unos pocos.

¿Qué te hace diferente a estos últimos? ¿Qué o quién te da el derecho de pensar que es correcto que te apoltrones cómodamente a no hacer nada mientras unos pocos, muy poquitos seguimos cargando sobre nuestras espaldas el peso del mundo?

¡Ah!! Es que no sabes qué hacer. ¿Estás esperando que alguien venga a decírtelo? Comienza con tu esfera de influencia inmediata y cosas muy sencillas, como darle los buenos días al vecino (que nunca en tu vida te atreviste a saludar) y con una sonrisa. Como preocuparte por la viejita que ves cruzando la calle y te apresuras a ayudar. Como por apagar el televisor cuando tu hijo regresa de la escuela y sentarte a platicar un rato con él. O…

¡Hay tantas pequeñas, diminutas cosas que podemos empezar a hacer! ¿Y sabías que es contagioso? Tú se lo transmites a tres o cuatro, ellos a su vez, a tres o cuatro también, y así nos seguimos … ¿Tienes idea de cuántos vamos a ser al final del día? … ¿Al final del mes? ¡Haz las cuentas!

No hagas a un lado tus datos, tus idea, tus pensamientos. ¡Son importantes! ¡Compártelos! Y pronto podrás disfrutar de ese mundo mejor que juntos creamos día a día.