¿Qué esperabas que te dijera???
Cuando me hablaste del horror que te supuso ver el documental sobre qué había, realmente, detrás del Mundial de Argentina '78 … ¿qué esperabas que te dijera?
Esos sucesos han pesado en mi consciencia durante todos estos años. No puedo esgrimir como excusa yo no lo sabía. No lo justifica. Debí haberlo sabido. Debí haber abierto mis ojos. Debí haber madurado de golpe porque … ¡así lo requería la situación!
En vez de eso, tuve que enterarme por rumores mientras vivía en Argentina y más fehacientemente cuando emigré ¡leyendo los informes de Amnistía Internacional!
Si cuando la primera vez que llegó a mis oídos (mejor dicho, a mis ojos, con las revistas españolas), pensé que se trataba de puras mentiras.
Era finales de la década de los ‘70, plena guerra sucia, estado de sitio, feroz enfrentamiento. Pero nuestro mundo era especial. Sin saberlo, nos encontrábamos dentro de una especie de burbuja protectora. No teníamos ni idea de lo que sucedía a nuestro alrededor.
Carlos acababa de regresar de sus vacaciones de verano en España. Corría el mes de agosto; una gris mañana de invierno, nos había citado en el café que usábamos cuando decidíamos no asistir a las aburridas clases de nuestro último año de secundaria.
Cuando estuvimos ante él, sigilosamente sacó de una bolsa varias revistas y nos las entregó, esbozando un doloroso ¡Miren!
Las fotografías que vimos nos llenaron de horror. Cárceles clandestinas, donde jóvenes sólo un poco mayores que nosotras eran torturados hasta la muerte … Fosas comunes, en las que cubrían por miles sus pecados los militares … Centros de concentración, en los que nuestros amigos eran privados ilegalmente de su libertad.
Permanecimos en silencio un largo, largo rato … ¿Decían que todo eso sucedía en Argentina?
¿Qué vamos a hacer? preguntó Carlos, temblando de impotencia.
¿Cómo iba a saberlo, si todavía estaba fresco en mi memoria el asesinato de Allende, por el que en el colegio mantuvimos la bandera izada a media asta durante toda una semana? O las biblias tercermundistas, con imágenes del Ché y Fidel, que siempre usábamos en nuestras misas. O el recuerdo de despertarme, sobresaltada y aterrorizada en mitad de la noche por la serie de explosiones con que los “malditos terroristas” habían volado la estación central de policía, a sólo tres cuadras de mi casa. O el tener que asistir a clases, resguardadas por militares, con más soldados que alumnas en cada salón por temor a un “ataque sedicioso”. O …
Debo decir que, aún de pequeña, siempre he sido franca y directa, sin pelos en la lengua y sin temor a las consecuencias. Pero vivíamos en un mundo de irrealidad y no les creí a los de las revistas ... maldita soberbia la mía, pero ... todos ellos estaban equivocados ... evidentemente, todo eso no se trataba más que de una gran mentira.
Así que, al igual que en la canción, en la que un padre a los pies de un árbol de navidad, trató de explicarle a su pequeño hijo por qué tenía en sus manos los regalos y el niño le dijo: “No tienes nada que explicar … ¡eres un vulgar ladrón de coches!”, yo les respondí: Sólo podemos hacer una cosa … ¡Escribir a estas revistas, explicándoles lo equivocados que están!
Pero ante tu indignación, tu inmenso dolor al ver las imágenes del documental “¿Qué había tras el mundial de Argentina 1978?”, aunque ya han pasado más de veinte años … ¿Qué esperabas que te dijera?
Si yo era parte (involuntariamente, si quieres) del “establishment”, el status quo que nos llevó a guardar silencio ante las atrocidades de la dictadura militar en Argentina …
Mi mejor amiga en aquella época era la hija del edecán del presidente (sí… de Perón) ... Cuando íbamos a la alberca en verano (a la del Círculo Militar, por supuesto) nos transportaban en un carro oficial, con chofer y dos guardaespaldas (todos armados hasta los dientes) … Si teníamos que viajar a alguna parte de Argentina … nos preparaban el avión presidencial (sí, el Patagonia 1) para nosotras solitas … si …
¿Qué podía decirte más que lo que te dije? …… Que la gran mayoría de esos militares actuaron según les dictó su conciencia, haciendo lo que ellos creían que era correcto.
No podía decirte otra cosa, porque … ¡es la verdad!
Si bien hay algunas personas (muy pocas, por cierto) que son completamente malignas y hacen daño a sabiendas … ¡la mayoría de nosotros hace cosas malas creyendo que son buenas!
Claro, no te discuto que ¡necesitaríamos un buen ajuste de cerebro para poder diferenciar la información correcta de la incorrecta, la verdad de la mentira, y así poder tomar decisiones más cuerdas!
Esos sucesos han pesado en mi consciencia durante todos estos años. No puedo esgrimir como excusa yo no lo sabía. No lo justifica. Debí haberlo sabido. Debí haber abierto mis ojos. Debí haber madurado de golpe porque … ¡así lo requería la situación!
En vez de eso, tuve que enterarme por rumores mientras vivía en Argentina y más fehacientemente cuando emigré ¡leyendo los informes de Amnistía Internacional!
Si cuando la primera vez que llegó a mis oídos (mejor dicho, a mis ojos, con las revistas españolas), pensé que se trataba de puras mentiras.
Era finales de la década de los ‘70, plena guerra sucia, estado de sitio, feroz enfrentamiento. Pero nuestro mundo era especial. Sin saberlo, nos encontrábamos dentro de una especie de burbuja protectora. No teníamos ni idea de lo que sucedía a nuestro alrededor.
Carlos acababa de regresar de sus vacaciones de verano en España. Corría el mes de agosto; una gris mañana de invierno, nos había citado en el café que usábamos cuando decidíamos no asistir a las aburridas clases de nuestro último año de secundaria.
Cuando estuvimos ante él, sigilosamente sacó de una bolsa varias revistas y nos las entregó, esbozando un doloroso ¡Miren!
Las fotografías que vimos nos llenaron de horror. Cárceles clandestinas, donde jóvenes sólo un poco mayores que nosotras eran torturados hasta la muerte … Fosas comunes, en las que cubrían por miles sus pecados los militares … Centros de concentración, en los que nuestros amigos eran privados ilegalmente de su libertad.
Permanecimos en silencio un largo, largo rato … ¿Decían que todo eso sucedía en Argentina?
¿Qué vamos a hacer? preguntó Carlos, temblando de impotencia.
¿Cómo iba a saberlo, si todavía estaba fresco en mi memoria el asesinato de Allende, por el que en el colegio mantuvimos la bandera izada a media asta durante toda una semana? O las biblias tercermundistas, con imágenes del Ché y Fidel, que siempre usábamos en nuestras misas. O el recuerdo de despertarme, sobresaltada y aterrorizada en mitad de la noche por la serie de explosiones con que los “malditos terroristas” habían volado la estación central de policía, a sólo tres cuadras de mi casa. O el tener que asistir a clases, resguardadas por militares, con más soldados que alumnas en cada salón por temor a un “ataque sedicioso”. O …
Debo decir que, aún de pequeña, siempre he sido franca y directa, sin pelos en la lengua y sin temor a las consecuencias. Pero vivíamos en un mundo de irrealidad y no les creí a los de las revistas ... maldita soberbia la mía, pero ... todos ellos estaban equivocados ... evidentemente, todo eso no se trataba más que de una gran mentira.
Así que, al igual que en la canción, en la que un padre a los pies de un árbol de navidad, trató de explicarle a su pequeño hijo por qué tenía en sus manos los regalos y el niño le dijo: “No tienes nada que explicar … ¡eres un vulgar ladrón de coches!”, yo les respondí: Sólo podemos hacer una cosa … ¡Escribir a estas revistas, explicándoles lo equivocados que están!
Pero ante tu indignación, tu inmenso dolor al ver las imágenes del documental “¿Qué había tras el mundial de Argentina 1978?”, aunque ya han pasado más de veinte años … ¿Qué esperabas que te dijera?
Si yo era parte (involuntariamente, si quieres) del “establishment”, el status quo que nos llevó a guardar silencio ante las atrocidades de la dictadura militar en Argentina …
Mi mejor amiga en aquella época era la hija del edecán del presidente (sí… de Perón) ... Cuando íbamos a la alberca en verano (a la del Círculo Militar, por supuesto) nos transportaban en un carro oficial, con chofer y dos guardaespaldas (todos armados hasta los dientes) … Si teníamos que viajar a alguna parte de Argentina … nos preparaban el avión presidencial (sí, el Patagonia 1) para nosotras solitas … si …
¿Qué podía decirte más que lo que te dije? …… Que la gran mayoría de esos militares actuaron según les dictó su conciencia, haciendo lo que ellos creían que era correcto.
No podía decirte otra cosa, porque … ¡es la verdad!
Si bien hay algunas personas (muy pocas, por cierto) que son completamente malignas y hacen daño a sabiendas … ¡la mayoría de nosotros hace cosas malas creyendo que son buenas!
Claro, no te discuto que ¡necesitaríamos un buen ajuste de cerebro para poder diferenciar la información correcta de la incorrecta, la verdad de la mentira, y así poder tomar decisiones más cuerdas!
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